Las últimas semanas del año 2024 han sido bastante complicadas en materia de seguridad aérea, teniendo como trágico corolario la caída en Kazajistán de un Embraer ERJ-190AR de las líneas aéreas de Azerbaiyán, con 67 personas a bordo, de las que lamentablemente 38 fallecieron.
El vuelo cubría la ruta de la capital de Azerbaiyán (Bakú) a Grosny, en Chechenia, el pasado 25 de diciembre, cuando un suceso catastrófico obligó a los pilotos a buscar dónde hacer un aterrizaje de emergencia, luchando contra la pérdida de control del aparato tras un fuerte impacto que, de primera mano y como reportaron al control de tránsito aéreo, podía deberse a una colisión con aves. El avión herido finalmente se impactó, tras una muy errática trayectoria, cerca del aeropuerto de Aktau, donde quedó patente el extraordinario esfuerzo que hicieron los pilotos por salvarlo, pese a que tristemente perdieron la vida.
Pero igual, o más triste, fue ver las primeras imágenes de la tragedia y constatar daños en el empenaje de la aeronave que, a todas luces, coinciden con el tipo de efectos que causa un misil antiaéreo con espoleta de proximidad, diseñado para estallar cerca del blanco proyectando una cantidad de esquirlas con el propósito de afectar los sistemas de control y otros componentes vitales. Esta hipótesis del derribo es ya prácticamente una certeza entre los expertos en la materia y la propia aerolínea ha declarado que la tragedia se debió a «interferencias externas», mientras los dedos acusadores apuntan a Rusia, incluso identificando el arma homicida como un sistema antiaéreo Pantsir-S (SA-22) de fabricación rusa.
Naturalmente, como en todo accidente aéreo, no pueden sacarse conclusiones hasta que termine un arduo y complejo proceso de investigación, que podría demorar incluso años, pero las evidencias parecen muy sólidas, pues para muchos el impacto que los pilotos pensaron que fue debido al choque con una parvada, pudo ser en realidad la sacudida causada por una metralla letal. Por supuesto, uno se pregunta incrédulo cómo pudo pasar una tragedia así, pero por desgracia no es la primera vez que un avión comercial es derribado por error con un misil antiaéreo: los rusos ya habían cometido éste pecado en 1983 cuando abatieron un Boeing 707 de Korean Air Lines; los norteamericanos también se equivocaron terriblemente cuando destruyeron en 1988 un Airbus A300 de Iran Air y más recientemente, en 2014, cuando un misil alcanzó a un Boeing 777 de Malaysian Airlines sobre Ucrania, pero precisamente por esas tragedias se supone que los protocolos de seguridad para disparar contra aviones en zonas fronterizas de conflicto se han fortalecido, gracias a muchos avances tecnológicos y en particular, porque actualmente se puede acceder muy fácilmente a la información de los vuelos comerciales en tiempo real.
Una conjetura apresurada es que los rusos podrían haber confundido al Embraer con un dron de ataque ucraniano, lo que, si bien, explicaría el accidente, de ninguna manera lo justifica. Si así fue, creo que se trataría de un crimen imperdonable. En este contexto, también preocupa el uso violento e indiscriminado de vehículos aéreos no tripulados, mejor conocidos popularmente como «drones», los cuales han reconfigurado por completo los usos y costumbres de la guerra, y también del crimen organizado y el terrorismo.
En el conflicto entre Rusia y Ucrania los drones bombarderos y «kamikazes» ya se volvieron las armas favoritas contra tropas y vehículos blindados, e incluso se han modificado verdaderos aviones para atacar a control remoto instalaciones estratégicas e incluso edificios civiles, como fue el espectacular ataque del pasado 21 de diciembre a casi mil kilómetros dentro del territorio ruso, en el que se impactó un importante edificio residencial, suceso que se piensa incentivó la paranoia de las defensas antiaéreas rusas, lo que finalmente pudiera haber causado el derribo del Embraer azerbaiyano, justo cuando se efectuaba un nuevo ataque de drones en Chechenia, según ha trascendido en diversos medios.
Ciertamente el uso de drones con fines ilícitos es un tema muy preocupante, pues resulta muy difícil monitorear y detectar estos dispositivos, los cuales pueden, además de realizar espionaje, transportar cargas explosivas bastante considerables, e incluso ya es un hecho su empleo por parte de organizaciones criminales, lo que prolifera tan rápido como el miedo que provocan. No por nada ya se han dado casos de verdadera histeria colectiva ante la posible aparición de drones supuestamente peligrosos o de origen desconocido, como la que se vio en Estados Unidos poco antes de navidad, en que se reportaron más de cinco mil avistamientos de supuestos vehículos aéreos no tripulados, principalmente en New Jersey, algunos según hasta del tamaño de un automóvil, sobrevolando zonas restringidas, incluso sobre instalaciones militares y en las cercanías de aeropuertos, dejando a las autoridades vueltas locas sin poder dar explicación puntual y convincente a este fenómeno, al grado que se tomó la decisión de prohibir el uso de cualquier tipo de dron, por un mes, en gran parte de la zona, pese a que, según el gobierno norteamericano, no se ha identificado amenaza alguna. Sin embargo, toda clase de teorías conspiranoicas se han esparcido entre una población incrédula, alimentada por innumerables vídeos publicados en redes sociales, en su mayoría falsos o mostrando aviones comunes y corrientes volando de noche. Yo los que he visto, personalmente no me parecieron nada raros y todos los objetos tenían luces de navegación, lo que me lleva a preguntarme, quién usaría un dron tan bien iluminado para efectuar una actividad ilícita.
De cualquier manera, pese a que existen muchos candados tecnológicos para evitar el uso de drones en áreas restringidas, dada la facilidad con la que se pueden obtener y modificar, e incluso proceder de un país «enemigo», el tema implica un enorme reto para la seguridad nacional, pero muy especialmente para la aviación civil, pues sabemos que los drones representan un peligro potencialmente muy grande para las aeronaves y los aeropuertos, sin que de momento exista una solución a este problema. Tan solo en Estados Unidos existen más de un millón de drones registrados legalmente.
Desde cualquier óptica, me parece que es una tragedia mayúscula tener que volar con el temor de encontrarse con un dron, o ser confundido con uno…
Saludos
Héctor Dávila